VIDA DE LOS MÁS EXCELENTES PINTORES, ESCULTORES Y ARQUITECTOS

Autor: Giorgio Vasari

GIOTTO, pintor, escultor y arquitecto florentino 1276-1337

Nace en el año 1276 en la comarca de Florencia, a 20 kms de esta ciudad, en la aldea de Vespignano, siendo su padre, Bondone, un hombre sencillo, labrador de la tierra. Éste, cuando tuvo al hijito a quien dio el nombre de Giotto, lo crió de conformidad con su condición, cumplidamente. Y cuando alcanzó la edad de diez años, mostrando en todos sus actos aún infantiles una vivacidad de ingenio extraordinario, que lo hacían grato no sólo a su padre sino a todos aquellos que lo conocían en la aldea y fuera de ella, Bondone su padre le dio la custodia de unas ovejas. Mientras recorría el campo, apacentándolas ora en un lugar, ora en otro, impulsado por la inclinación de su naturaleza al arte del dibujo, en las piedras, en la tierra o en la arena dibujaba constantemente alguna cosa del natural o bien alguna fantasía suya.

 Así, un día, mientras Cimabue iba por sus asuntos de Florencia a Vespignano, se encontró con Giotto quien, mientras pacía sus ovejas, sobre una piedra lisa y pulida, con un guijarro un tanto afilado, dibujaba una oveja del natural, sin haber aprendido la manera de hacerlo con ningún maestro que no fuera la naturaleza. Detúvose Cimabue muy maravillado y le preguntó si quería ir a vivir con él. Contestó el niño que si esto era del agrado de su padre, iría gustoso. Lo solicitó, pues, Cimabue a Bondone, quien bondadosamente concedió el permiso, alegrándose de que se llevara al niño a Florencia.

Cuando estuvo allí, en poco tiempo, ayudado por la naturaleza y adiestrado por Cimabue, no sólo igualó el párvulo el estilo de su maestro sino que se hizo tan buen imitador del natural, que abandonó completamente la torpe manera griega y resucitó el moderno y buen arte de la pintura, introduciendo la práctica de retratar fielmente del natural a las personas vivas, cosa que desde más de doscientos años atrás no se practicaba: y si alguno lo había intentado, no lo había logrado con mucha felicidad ni tan bien como de pronto lo consiguió Giotto.

"Muerte"
"Abrazo ante la puerta"
Éste, entre otras cosas, retrató, como aún hoy puede verse en la capilla del palacio del Podestá de Florencia, a Dante Alighieri, coetáneo y grandísimo amigo suyo y no menos famoso como poeta de lo que Giotto lo era al mismo tiempo como pintor, y tan alabado por Messer Giovanni Boccaccio en el proemio del cuento de Messer Forese da Rabatta y de dicho Giotto el pintor. En esa capilla se encuentra el retrato, igualmente de mano del mismo, de Brunetto Latini, maestro de Dante, y de Corso Donati, gran ciudadano de aquellos tiempos.
Fueron ejecutadas las primeras pinturas de Giotto en la capilla del altar mayor de la Abadía de Florencia, en la cual hizo muchas cosas consideradas bellas, pero especialmente una Nuestra Señora cuando recibe la Anunciación; porque en ella expresó vivamente el miedo y el espanto que el saludo de Gabriel causó a María Virgen, la cual parece que, llena de grandísimo temor, casi pretenda darse a la fuga.
Es de la mano de Giotto, asimismo, la tabla del altar mayor de dicha capilla, la cual se ha conservado allí hasta hoy y aún se conserva, más por cierta reverencia que se tributa a la obra de tan gran hombre que por cualquier otro motivo. Y en Santa Croce hay cuatro capillas de la mano del mismo, tres entre la sacristía y la capilla grande, y una del otro lado.




Luego, en la muerte de esa Nuestra Señora están los Apóstoles y un buen número de Ángeles con antorchas en la mano, muy hermosos. En la capilla de los Baroncelli, en dicha iglesia, hay una tabla al temple, de mano de Giotto, en que está desarrollada con mucho cuidado la coronación de Nuestra Señora, con un grandísimo número de figuras pequeñas y un coro de Ángeles y Santos muy diligentemente ejecutados. Y como en esta obra están escritas en letras de oro su firma y la fecha, los artistas que consideren en qué época Giotto, sin ninguna luz acerca de la buena manera, dio comienzo al buen modo de dibujar y colorear, se verán forzados a sentir veneración por él, en suma. En la misma iglesia de Santa Croce se encuentran también, sobre el sepulcro de mármol de Carlo Marzuppini Aretino, un Crucifijo, una Nuestra Señora, un San Juan y la Magdalena al pie de la cruz; y del otro lado de la iglesia, precisamente enfrente, sobre la sepultura de Lionardo Aretino, hay una Anunciación cerca del altar mayor, la cual ha sido repintada por pintores modernos, con escaso juicio de quien lo hizo. En el refectorio hay una historia de San Luis y una Cena, en un árbol de la Cruz, pintados por él mismo, y en los armarios de la sacristía, historias de la vida de Cristo y de San Francisco, con figuras pequeñas.



















Después de hacer estas obras, partiendo de Florencia para ir a concluir en Asís los trabajos comenzados por Cimabue, al pasar por Arezzo pintó en la Pieve la capilla de San Francisco que está encima del baptisterio; y en una columna redonda, cerca de un capitel corintio, antiguo y bellísimo, hizo un San Francisco y un Santo Domingo, retratados del natural. Y en el Duomo, fuera de Arezzo, pintó en una capilla la Lapidación de San Esteban, con hermosa composición de figuras. Concluidos estos trabajos, se trasladó a Asís, ciudad de Umbría, llamado por Fray Giovanni di Muro della Marca, entonces general de los Hermanos de San Francisco. Allí, en el templo superior, pintó al fresco, bajo el corredor que corta las ventanas a ambos lados de la iglesia, treinta y dos episodios de la vida y los actos de San Francisco, o sea dieciséis de cada lado, tan perfectamente ejecutados que conquistó grandísima fama. Por cierto, se ve en esa obra gran variedad, no sólo en los gestos y las actitudes de cada figura, sino en la composición de todos los episodios; además, hace ver muy bien la diversidad de los trajes de aquel tiempo y ciertas imitaciones y observaciones de las cosas de la naturaleza. Entre otras, es bellísima una composición en que un sediento, en quien se reconoce a lo vivo el deseo del agua, bebe de una fuente, arrodillado en tierra, con grandísimo y realmente maravilloso afán, al punto de que casi parece una persona viviente sorprendida en el acto de beber. Hay allí muchas otras cosas dignísimas de consideración, acerca de las cuales, para no ser tedioso, no me extenderé más. Baste decir que toda esa obra conquistó a Giotto enorme reputación por la bondad de las figuras y por el orden, la proporción, la vivacidad y la facilidad que poseía naturalmente y que mediante el estudio había desarrollado mucho más, sabiendo en todos los casos expresarse claramente. Y porque Giotto, además de lo que la naturaleza le diera, fue estudiosísimo y siempre estuvo pensando en cosas nuevas y hurgando en la naturaleza, mereció ser llamado discípulo de la naturaleza, y solamente de ella.





Terminadas dichas historias, pintó en el mismo lugar, pero en la iglesia inferior, las partes altas de las paredes del altar mayor y los cuatro ángulos de la bóveda superior en que se encuentran los restos de San Francisco, y cubrió todo eso con invenciones caprichosas y bellas. En el primer ángulo está San Francisco glorificado en el cielo, rodeado de aquellas virtudes que se requieren para estar perfectamente en la gracia de Dios. De un lado, la Obediencia pone al cuello de un fraile, que está de rodillas delante de ella, un yugo cuyas riendas son tendidas hacia el cielo por determinadas manos; y poniéndose un dedo sobre la boca para significar silencio, tiene los ojos puestos en Jesucristo, que vierte sangre por el costado


Y en compañía de esta virtud están la Prudencia y la Humildad, para demostrar que donde realmente se halla la obediencia, siempre están la humildad y la prudencia, que dan buen resultado en todas las cosas. En el segundo ángulo está la Castidad, la cual, afirmada en una roca fortificada, no se deja seducir ni por los reinos ni por las coronas ni por las palmas que algunos le ofrecen. A los pies de ésta se halla la Pureza, que lava a los desnudos, y la Fortaleza conduce gente a lavarse y purificarse. Cerca de la Castidad está, de un lado, la Penitencia, que con unas disciplinas expulsa al Amor alado y hace huir a la Inmundicia. En el tercer lugar está la Pobreza, la cual va descalza pisando espinas; un perro le ladra por detrás y en torno de ella están un niño que le arroja piedras y otro que, con un palo, le acerca espinas a las piernas. Y se ve aquí a esta Pobreza desposada con San Francisco, mientras Jesucristo le ase la mano, en la presencia, no desprovista de misterio, de la Esperanza y la Caridad.

En el cuarto y último de dichos lugares hay un San Francisco glorificado, que viste la blanca túnica del diácono y está como triunfante en el cielo, en medio de una multitud de ángeles que en torno de él forman coro con un estandarte en que se ve una cruz con siete estrellas; y en lo alto se halla el Espíritu Santo. En cada uno de los ángulos hay palabras latinas que explican las historias. Similarmente, además de dichos cuatro ángulos, hay en las paredes pinturas bellísimas que, a la verdad, merecen ser apreciadas, tanto por la perfección que en ellas se ve como por haber sido ejecutadas con tanto cuidado, que han conservado su frescura hasta hoy. En esta serie está el retrato de Giotto, muy bien hecho; y sobre la puerta de la sacristía, de mano del mismo, y también al fresco, hay un San Francisco recibiendo los estigmas, tan tierno y devoto que a mí me parece ser la más excelente pintura que Giotto realizó entre esas obras, todas verdaderamente bellas y loables.




En esos episodios hay muchas y hermosas figuras, además del retrato de Farinata degli Uberti: en particular ciertos villanos que, al llevar las dolorosas nuevas a Job, no podrían ser más sensibles ni demostrar mejor el dolor que les causan la pérdida de los animales y las otras desventuras. Igualmente tiene estupenda gracia la figura de un criado que está con un abanico al lado de Job, plagado y abandonado por casi todos. Y, bien ejecutado en todas las partes, es maravilloso por la actitud que adopta al espantar con una mano las moscas que acosan al amo leproso y pustulento, mientras con la otra se aprieta, asqueado, las narices para no sentir el hedor. Muy bellas son, igualmente, las demás figuras de estas historias, y las cabezas de varones y mujeres; y los paños están tratados con tanta delicadeza que no sorprende que aquella obra adquiriera tanta fama en la ciudad y fuera de ella como para que el Papa Benedicto IX enviase de Treviso a Toscana a uno de sus cortesanos para enterarse de qué clase de hombre era Giotto y cuáles eran sus obras, pues proyectaba confiarle algunas pinturas en San Pedro. El cual cortesano, yendo a ver a Giotto, supo que en Florencia había otros maestros excelentes en la pintura y el mosaico y habló en Siena con muchos maestros. Luego, con los dibujos que éstos le confiaron, fue a Florencia y dirigiéndose una mañana al taller de Giotto, el cual estaba trabajando, le expuso el pensamiento del Papa y de qué modo quería valerse de su obra; finalmente, le pidió algún dibujo para enviarlo a Su Santidad. Giotto, que era muy cortés, tomó una hoja de papel en la cual, con un pincel mojado en rojo, apoyando el brazo en el costado para hacer de él un compás y haciendo girar la mano, dibujó un círculo tan perfecto de curva y de trazo que era maravilloso verlo. Hecho esto, dijo, sonriendo, al cortesano: «Aquí está el dibujo». El interlocutor, creyendo que el artista se burlaba, contestó: «¿No he de recibir otro dibujo que éste?» «Basta, y aun sobra con él -repuso Giotto-, enviadlo junto con los demás y veréis si será apreciado». El emisario, viendo que no podía obtener otra cosa, se alejó bastante insatisfecho y preguntándose si Giotto no le había tomado el pelo. Empero, al enviar al Papa los demás dibujos, con los nombres de quienes los habían ejecutado, le remitió también el de Giotto, refiriendo la forma en que se había empeñado en trazar el círculo sin mover el brazo y sin ayuda de compás. Y el Papa y muchos cortesanos entendidos reconocieron por ese dibujo hasta qué punto Giotto superaba en excelencia a todos los demás pintores de su tiempo. Difundióse luego esta anécdota, de la cual nació la expresión que aún se acostumbra aplicar a los individuos espesos: Tu se' più tondo che l'O di Giotto. Expresión interesante no sólo por la forma en que nació, sino mucho más por su significado, que consiste en la ambigüedad, pues en Toscana, tondo, además de redondez perfecta, quiere decir pesadez y torpeza de ingenio.
Hízolo, pues, dicho Papa ir a Roma, donde, honrándole mucho y reconociendo sus méritos, le encomendó pintar en la tribuna de San Pedro cinco historias de la vida de Cristo y, en la sacristía, la tabla principal, todo lo cual fue ejecutado con tanto empeño, que jamás salió de sus manos más acabado trabajo al temple. Así mereció que el Papa, considerándose bien servido, le hiciera dar como premio seiscientos ducados de oro, aparte de concederle tantos favores, que en toda Italia se habló de ello.







El Papa, luego de ver las obras de Giotto, cuyo estilo le agradó infinitamente, le ordenó que pintara en todas las paredes de San Pedro temas del Antiguo y el Nuevo Testamento. Para empezar, Giotto hizo el ángel de siete brazos que está sobre el órgano y muchas otras pinturas, que en parte han sido restauradas por otros en nuestros días y en parte, al construirse las paredes nuevas, o bien fueron destruidas o bien sacadas del edificio viejo de San Pedro y colocadas debajo del órgano. Por ejemplo, para que no se destruyera una Nuestra Señora que Giotto pintó, se hizo cortar la pared en torno de la figura y se la reforzó con vigas y hierros para transportarla, y, en razón de su belleza, cimentarla en cierto lugar, escogido con piedad y con el amor que tributa a las obras excelentes del arte, por Messer Niccolò Acciaiuoli, doctor florentino que adornó ricamente con estucos y otras modernas pinturas aquella obra de Giotto. De la mano de éste es también la nave de mosaico que está sobre las tres puertas del portal, en el patio de San Pedro, la cual es realmente maravillosa y ha sido merecidamente alabada por todos los bellos ingenios; porque allí, además de la composición, está la representación de los Apóstoles, que de diversas maneras se esfuerzan en medio de la tempestad del mar, mientras los vientos soplan en una vela cuyo relieve es tal que no lo tendría tanto una vela verdadera. Sin embargo, es difícil dar con pedazos de vidrio un efecto de unidad como el que producen los claros y las sombras de esa gran vela, que a duras penas podría imitarse con el pincel aunque se realizasen los mayores esfuerzos. Además, hay un pescador, de pie sobre una roca, que pesca con línea y cuya actitud revela una paciencia extrema, propia de su oficio, mientras en su rostro se pintan la esperanza y el deseo de pescar algo. Debajo de esta obra hay tres arcos pintados al fresco, de los cuales nada diré porque están destruidos en gran parte. Coinciden, sin embargo, los elogios universalmente dirigidos a esta obra por los artistas.

Luego de pintar Giotto en la Minerva, iglesia de los Hermanos Predicadores, una Crucifixión grande sobre tabla, al temple, que a la sazón fue muy alabada, regresó a su patria, de la cual había estado ausente durante seis años. Pero poco después, Clemente V fue creado Papa, en Perugia, por haber fallecido el Papa Benedicto IX, y Giotto se vio obligado a acompañar al Pontífice adonde éste condujo la corte, es decir a Aviñón, para realizar algunas obras. Una vez allí, hizo, no sólo en Aviñón sino en muchos otros puntos de Francia, muchas tablas y pinturas al fresco, bellísimas, las cuales gustaron infinitamente al Papa y a toda la Corte. Cuando, por fin, hubo terminado, Clemente V lo licenció afectuosamente y con muchos obsequios, de modo que regresó a su casa no menos rico que honrado y famoso. Y entre otras cosas se llevó el retrato de ese Papa, que luego regaló a Taddeo Caddi, su discípulo. Y el regreso de Giotto a Florencia ocurrió en el año 1316. Mas no le fue concedido detenerse mucho tiempo en Florencia, porque, llevado a Padua por obra de los señores della Scala, pintó en el Santo, iglesia construida en aquella época, una capilla bellísima. De allí se trasladó a Verona, donde hizo algunas pinturas para Messer Cane en su palacio y, especialmente el retrato de ese caballero; asimismo, pintó una tabla para los Hermanos de San Francisco.

Realizadas esas obras, al regresar a Toscana tuvo que detenerse en Ferrara, donde trabajó al servicio de los señores de Este, en el palacio y en San Agustín, pintando algunas cosas que aún hoy se ven. Entre tanto, llegó a oídos de Dante, poeta florentino, que Giotto estaba en Ferrara, y obró de modo de llevarlo a Ravena, donde se encontraba desterrado. Y le hizo pintar en San Francisco, para los señores da Polenta, algunos frescos de razonable mérito en la iglesia. De Ravena, Giotto pasó a Urbino, donde también realizó algunas obras. Luego ocurrió que, al pasar por Arezzo, no pudo dejar de complacer a Piero Saccone, quien lo había agasajado mucho, de modo que pintó al fresco para él, en un pilar de la capilla mayor del obispado, un San Martín que corta su capa por la mitad para dar un pedazo de ella a un pobre que se encuentra casi desnudo delante de él. Después de hacer en la Abadía de Santa Fiore, en madera, un Crucifijo grande al temple, que hoy está en el centro de dicha iglesia, regresó finalmente a Florencia donde, entre otras cosas, que fueron muchas, hizo en el monasterio de las Damas de Faenza algunas pinturas al fresco y al temple que ya no existen por encontrarse en ruinas ese monasterio. Similarmente, en el año 1322, habiendo fallecido el año anterior su gran amigo Dante, lo que le causó mucho pesar, Giotto se dirigió a Lucca y a pedido de Castruccio, señor entonces de aquella ciudad, su patria, pintó una tabla en San Martino, en que representó a Cristo suspendido en el aire y a cuatro Santos protectores de la ciudad, que son San Pedro, San Régulo, San Martín y San Paulino, los cuales aparecen recomendando a un Papa y un Emperador que, según opinan muchos, son Federico el Bávaro y Nicolás V Antipapa.

Y las escenas del Apocalipsis que hizo en esas capillas fueron (según se dice) ideadas por Dante, como acaso lo fueron aquéllas, tan alabadas, de Asís, de las cuales se ha hablado bastante ya. Aunque Dante había muerto a la sazón, es muy posible que hablaran de esto en vida de él, como a menudo ocurre entre amigos. Pero, volviendo a Nápoles, hizo Giotto en el Castello dell'Uovo muchas obras, y en particular la capilla, que mucho agradaron a aquel rey. Éste lo quería tanto que Giotto, cuando estaba trabajando, muchas veces era visitado por el soberano, quien se complacía en verlo pintar y en oír sus razonamientos. Y Giotto, que siempre tenía preparada alguna chanza o daba alguna respuesta aguda y espontánea, entretenía al rey con el movimiento de su mano al pintar y con el buen humor de sus dichos placenteros. Así, un día, díjole el rey que quería hacer de él el primer hombre en Nápoles, y Giotto le contestó: «Por eso estoy alojado en la Puerta Real, para estar antes que nadie en Nápoles»

Otra vez le dijo el soberano: «Giotto, si yo estuviera en tu lugar, ahora que hace tanto calor dejaría un poco de pintar». Y Giotto le repuso: «Por cierto que lo haría yo, si estuviera en vuestro lugar». Siéndole, pues, muy grato al rey, ejecutó en una sala -que el rey Alfonso destruyó para edificar el castillo-, y también en la Incoronata, buen número de pinturas. Y en dicha sala había, entre otras cosas, retratos de muchos hombres famosos, inclusive el del mismo Giotto, el cual, habiéndole pedido el soberano, por capricho, que le pintase su reino, le pintó un asno enalbardado a cuyos pies estaba una albarda nueva que el animal olfateaba, pareciendo apetecerla; y sobre una y otra albarda estaban la corona real y el cetro del poder. Preguntóle el rey a Giotto lo que significaba esa pintura, y contestó que así eran sus súbditos y así el reino, en que cada día se desea un nuevo amo.







































Partió Giotto de Nápoles para ir a Roma y se detuvo en Gaeta, donde tuvo que pintar en la Nunciatura algunas escenas del Nuevo Testamento, hoy destruidas por el tiempo, aunque no tanto como para que no se vea muy bien en ellas el retrato de Giotto mismo al lado de un Crucifijo grande y muy bello. Concluida esta obra, no pudiendo negarse al señor Malatesta, permaneció algunos días en Roma para servirlo y luego se trasladó a Rímini, ciudad de la cual era señor dicho Malatesta. Y allí, en la iglesia de San Francisco, hizo muchísimas pinturas que más tarde fueron derribadas y destruidas por Gismondo, hijo de Pandolfo Malatesta, que rehízo completamente dicha iglesia. También ejecutó al fresco, en el claustro de dicho lugar, frente a la fachada de la iglesia, la historia de la Beata Michelina, una de las más bellas y excelentes cosas que jamás ejecutó Giotto, por las muchas y bellas ideas que tuvo al hacerla, pues, además de la belleza de los paños y la gracia y vivacidad de las cabezas, que son milagrosas, hay una joven, tan hermosa como puede serlo una mujer, que para librarse de la calumnia de adulterio presta juramento sobre un libro, en actitud muy estupenda, con la mirada fija en los ojos de su marido que la hace jurar porque desconfía de un niño negro dado a luz por ella, ya que de ningún modo logra persuadirse de que sea hijo suyo.

Mientras el esposo revela por la expresión de su rostro la cólera y la desconfianza, ella da a conocer por la piedad de la frente y de los ojos, a quienes intensísimamente la contemplan, su inocencia y su simplicidad, y el agravio que se le hace al obligarla a jurar y tratarla pública e injustamente de meretriz. Del mismo modo, grandísima expresión logró al pintar a un enfermo de ciertas llagas, porque todas las mujeres que lo rodean, ofendidas por el hedor, hacen contorsiones de asco, las más graciosas del mundo. Los escorzos que en otro cuadro se ven, entre una multitud de pobres representados, son muy dignos de alabanza y deben ser apreciados por los artistas porque ellos son el primer ejemplo del modo de hacerlos; aunque, como son los primeros escorzos, no pasan de ser razonablemente buenos. Pero sobre todas las demás cosas que están en esa obra, es maravillosísimo el gesto que hace la susodicha Beata ante unos usureros que le entregan los dineros de la venta de sus propiedades, para darlos a los pobres; porque ella manifiesta el desprecio del dinero y las demás cosas terrenas, las cuales parece que le saben mal, mientras los usureros son la imagen misma de la avaricia y la codicia humana. Así, la figura de uno que mientras le cuenta los dineros parece hacerle al notario seña de que escriba, es muy bella, considerando que si bien tiene los ojos puestos en el notario, al proteger los dineros con las manos revela su pasión, su avaricia y su desconfianza.

Similarmente, las tres figuras que, en el aire, sostienen el hábito de San Francisco, y representan a la Obediencia, la Paciencia y la Pobreza, son dignas de loas infinitas; hay allí, en el estilo de los paños, una naturalidad en la caída de los pliegues, que hace reconocer que Giotto nació para dar brillo a la pintura. Además, retrató tan al natural al señor Malatesta en una nave de esta obra, que parece completamente vivo; y algunos marineros y otra gente, con su vivacidad, sus emociones y sus actitudes; y, particularmente, una figura que hablando con varios y cubriéndose la cara con una mano, escupe en el mar, hace conocer la excelencia de Giotto. Y sin duda, entre todas las obras pictóricas de este maestro, puede decirse que ésta es una de las mejores, porque no hay figura, en el gran número de ellas, que no tenga en sí grandísimo arte y no esté colocada en caprichosa actitud. Por lo tanto, no ha de asombrar que el señor Malatesta lo premiara magníficamente y lo ensalzara. Terminados los trabajos para ese señor, solicitado por un prior florentino que entonces estaba en San Cataldo de Rímini, hizo fuera de la puerta de la iglesia un Santo Tomás de Aquino leyéndoles a sus Hermanos.


Al alejarse de allí, volvió a Ravena, y en San Giovanni Evangelista decoró al fresco una capilla que fue muy alabada. Habiendo regresado luego a Florencia con grandísimos honores y recursos, hizo al temple, en San Marcos, un Crucifijo de madera, de tamaño mayor que el natural y en campo de oro, el cual fue colocado del lado derecho de la iglesia. Hizo otro similar en Santa Maria Novella, en el cual colaboró con él Puccio Capanna, su alumno, y que aún hoy se encuentra sobre la puerta mayor, al entrar en la iglesia a mano derecha, encima de la sepultura de los Gaddi. Y en la misma iglesia hizo, sobre el tabique del medio, un San Luis para Paolo di Lotto Ardinghelli, y al pie del Santo, los retratos del natural de este caballero y su esposa.

En el año 1327, Guido Tarlati da Pietramala, obispo y señor de Arezzo, falleció en Massa di Maremma al regresar de Lucca, a donde había ido a visitar al emperador. Trasladados sus restos a Arezzo, donde se le hicieron honras fúnebres honorabilísimas, deliberaron Piero Saccone y Dolfo da Pietramala, hermano del obispo, que se le hiciera un sepulcro de mármol digno de la grandeza de semejante hombre, señor espiritual y temporal y jefe del partido gibelino en Toscana. Por lo tanto, escribieron a Giotto que hiciera el proyecto de una sepultura riquísima y lo más reverenda que fuese posible, y le enviaron las medidas, pidiéndole, además, que les consiguiese al escultor más excelente, a su parecer, de cuantos existían en Italia, porque confiaban absolutamente en su juicio. Giotto, que era cortés, hizo el proyecto y lo envió, y, como oportunamente se dirá, dicha sepultura fue ejecutada según el mismo. Y porque dicho Piero Saccone amaba infinitamente el talento de aquel hombre, habiendo conquistado Borgo San Sepolcro poco después de recibir el mencionado proyecto, se llevó de esa ciudad a Arezzo una tabla de la mano de Giotto, con figuras pequeñas, que más tarde se hizo pedazos. Y Baccio Gondi, gentilhombre florentino, aficionado a estas nobles artes y todos sus talentos, siendo comisario de Arezzo buscó con gran diligencia los trozos de esa tabla; habiendo encontrado algunos, los llevó a Florencia, donde los conserva en gran veneración junto con algunas otras cosas que posee de la mano del mismo Giotto, el cual ejecutó tantas obras que no se creería si se hiciera la cuenta de ellas.

Y no hace muchos años, encontrándome yo en la ermita de Camaldoli, donde he trabajado mucho para aquellos reverendos Padres, vi en una celda (en que había sido colocado por el muy reverendo Dom Antonio de Pisa, entonces general de la Congregación de Camaldoli) un Crucifijo pequeño sobre fondo de oro, con la firma de Giotto, muy bello; el cual Crucifijo se conserva hoy, según me dice el reverendo Dom Silvano Razzi, monje camaldulense, en el monasterio de los Ángeles de Florencia, en la celda del superior, como cosa rarísima por ser de la mano de Giotto, y en compañía de un bellísimo cuadrito pintado por Rafael de Urbino.



Pintó Giotto para los Hermanos Humillados de Todos los Santos, en Florencia, una capilla y cuatro tablas, entre otras una de Nuestra Señora con muchos ángeles en torno de ella y el Niño en brazos, así como un Crucifijo grande de madera. Puccio Capanna tomó el modelo de éste y ejecutó muchos semejantes en Italia, habiendo practicado ampliamente el estilo de Giotto. Cuando este libro de las Vidas de los Pintores, Escultores y Arquitectos se imprimió por primera vez, había en el tabique del medio de dicha iglesia una tablita al temple, pintada por Giotto con infinita prolijidad, en la cual se veía la muerte de Nuestra Señora, rodeada por los Apóstoles y con un Cristo que recibe en sus brazos el alma de ella.



Esta obra era muy alabada por los artistas pintores y particularmente por Miguel Ángel Buonarroti, quien aseguraba, como se ha dicho otra vez, que la propiedad de esta escena pintada no podía ser más ajustada a la verdad. Esta tablita, digo, que era altamente apreciada, desde que se publicó por primera vez el libro de estas Vidas , fue robada por alguien que, quizá por amor al arte o por piedad, pareciéndole que no la apreciaban bastante, se volvió despiadado, como dice nuestro poeta. Y a la verdad fue un milagro, en aquellos tiempos, que Giotto tuviese tanto garbo en el pintar, sobre todo si se considera que en cierto modo aprendió su arte sin maestro.


Después de estas obras, en el año 1334, el 9 de julio, puso mano al campanario de Santa Maria del Fiore, cuya fundación, habiéndose cavado hasta veinte braccia 9 de profundidad, fue una base de piedras sólidas en aquel lugar de donde se había extraído agua y lastre; sobre esa base, puesto luego un buen cimiento que subía doce braccia por encima de la primera fundación, Giotto hizo construir el resto, es decir las otras ocho braccia de mampostería. Y en este principio y fundamento intervino el obispo de la ciudad, el cual, en presencia de todo el clero y todos los magistrados, colocó solemnemente la primera piedra. Continuóse luego esta obra según dicho modelo, que fue de aquel estilo tudesco que en esa época se usaba. Proyectó Giotto todas las escenas que debían constituir el adorno y con suma prolijidad marcó en el modelo la distribución de los colores negro, blanco y rojo en aquellos lugares en que debían estar colocadas las piedras y los frisos. En la base, el circuito de la torre fue de cien braccia de largo, es decir de veinticinco braccia por cada cara, y la altura fue de ciento cuarenta y cuatro braccia . Y si es cierto -yo lo tengo por muy verdadero- lo que dejó escrito Lorenzo di Cione Ghiberti, Giotto hizo no sólo el modelo de este campanario sino también, en esculturas y relieves, partes de aquellas historias de mármol que representan los principios de todas las artes.


Y el mencionado Lorenzo afirma haber visto modelos de relieves de la
mano de Giotto, y particularmente, aquellos correspondientes a dichas obras, cosa que puede creerse fácilmente, siendo el dibujo y la invención el padre y la madre de todas estas artes y no de una sola. Debía este campanario, según el modelo de Giotto, tener como remate, encima del que se ve, una punta o bien una pirámide cuadrangular, alta, de cincuenta braccia , pero por ser cosa tudesca y de estilo anticuado, los arquitectos modernos siempre han aconsejado que no se haga, pareciéndoles que el campanario está mejor así.

Por todas esas obras, Giotto no sólo fue nombrado ciudadano florentino sino que la Comuna de Florencia le destinó cien florines de oro anuales, lo cual era mucho en aquel tiempo, y le designó proveedor de aquel edificio que, después de él, fue continuado por Taddeo Gaddi, ya que Giotto no vivió bastante para verlo concluido. Ahora, mientras progresaba esa construcción, hizo una tabla para las monjas de San Giorgio y, en la Abadía de Florencia, en un arco sobre la puerta de adentro de la iglesia, tres medias figuras hoy blanqueadas para iluminar el recinto.




Luego, volviendo a Padua, además de muchas cosas y capillas que allí pintó, hizo en el lugar de la Arena una Gloria mundana que le procuró mucho renombre y utilidad. También ejecutó en Milán algunas cosas que están diseminadas en aquella ciudad y que aún hoy son consideradas bellísimas. Finalmente, regresado de Milán, no transcurrió mucho tiempo hasta que, habiendo realizado en vida tantas y tan bellas obras y habiendo sido no menos buen cristiano que excelente pintor, entregó su alma a Dios en el año 1336, con mucho pesar de todos sus conciudadanos y también de aquellos que no lo habían conocido sino tan sólo oído nombrar. Y fue sepultado, como lo merecía por sus talentos, con grandes honores. En vida fue querido por todos y especialmente por los hombres excelentes en todas las profesiones, ya que, además de Dante, de quien hemos hablado, Petrarca lo honró y rindió tributo a sus obras, pues se lee en su testamento que lega al señor Francesco de Carrara, señor de Padua, entre otras cosas por él tenidas en suma veneración, un cuadro de la mano de Giotto que representa a Nuestra Señora, como obra rara y que le era muy grata. Y las palabras de ese capítulo del testamento dicen así:

Transeo ad dispositionem aliarum rerum; et prædicto igitur domino meo Paduano, quia et ipse per Dei gratiam non eget, et ego nihil aliud habeo dignum se, mitto tabulam meam sive historiam Beatæ Virginis Mariæ, opus Jocti pictoris egregii, quæ mihi ab amico meo Michaële Vannis de Florentia missa est, in cujus pulchritudinem ignorantes non intelligunt, magistri autem artis stupent: hanc iconem ipsi domino lego, ut ipsa Virgo benedicta sibi sit propitia apud filium suum Jesum Christum, etc.

Y el mismo Petrarca, en una de sus epístolas en latín, que se halla en el quinto libro de las Familiares dice las siguientes palabras:
Atque (ut a veteribus ad nova, ab externis ad nostra transgrediar) duos ego novi pictores egregios, nec famosos, Joctum Florentinus civem, cujus inter modernos fama ingens est, et Simonem Senensen. Novi scultores aliquot , etc.

Fue sepultado en Santa Maria del Fiore, del lado izquierdo, entrando en la iglesia, donde hay una lápida de mármol blanco en memoria de tanto hombre. Y como se dijo en la Vida de Cimabue, un comentarista de Dante que vivía en la época de Giotto dijo: «Fue y es Giotto, entre los pintores, el más grande de la misma ciudad de Florencia, y sus obras lo atestiguan en Roma, en Nápoles, en Aviñón, en Florencia, en Padua y en muchas otras partes del mundo».

Como ya se dijo, Giotto era ingenioso y muy alegre, así como agudísimo en sus dichos, de los cuales aún se conserva viva memoria en esta ciudad porque, además de lo que escribió acerca de él Messer Giovanni Boccaccio, Franco Sacchetti, en sus Trecento Novelle , cuenta muchas y bellísimas anécdotas, de las cuales no me parece mal transcribir alguna en las propias palabras de dicho Franco, aunque en la narración de las Novelle se encuentran algunos modos de hablar y locuciones de aquella época. Dice, pues, en una, para mencionar el título:



A Giotto, gran pintor, un hombre de poca monta le encarga pintar su escudo. Tomándolo en broma, lo pinta de modo de confundir a su cliente.
«Todo el mundo habrá oído hablar de Giotto y de cuánto superó como pintor a todos los demás. Enterado de su fama, un grosero artesano y necesitando, quizá para prestar el servicio feudal, que le pintaran su escudo, fue abruptamente al taller de Giotto, seguido por un ayudante que le llevaba el escudo. Y llegado a donde encontró a Giotto le dijo: Dios te guarde, maestro; desearía que me pintaras mis armas en este escudo". Giotto, considerando al hombre y sus modales, no dijo otra cosa que esto: ¿Para cuándo lo quieres?". Y el otro se lo manifestó. Dijo Giotto: Déjalo por mi cuenta". Y el artesano se fue. Y Giotto, ya solo, pensó para sí: ¿Qué significa esto? ¿Me habrán enviado a este individuo para burlarse?

Sea lo que fuere, nunca me han traído un escudo para pintarlo. Y el que me lo trae es un hombrecillo simplote y me pide que le pinte sus armas como si perteneciera a la realeza de Francia. Por cierto, debo hacerle armas nuevas. Y así meditando se llevó el escudo al interior del taller y dibujó en él lo que le pareció bien, ordenándole luego a un discípulo que concluyera la pintura, cosa que hizo. Y la tal pintura representaba un casquete, un gorjal, un par de guanteletes, un par de brazales, las dos piezas de una coraza, un par de quijotes y de rodilleras, una espada, un cuchillo y una lanza. Cuando volvió el buen hombre, que nada sabía de todo esto, lo hizo entrar y dijo: Maestro, ¿ha pintado ese escudo?". Dijo Giotto: Así es. Ve a buscarlo". Traído el escudo, el gentilhombre por procuración empieza a mirarlo y le dice a Giotto: ¿Qué chapucería es esta que me has pintado?". Dijo Giotto: Ya no te parecerá chapucería cuando te toque pagar". Dijo el otro: Yo no pagaría por eso ni cuatro centavos". Dijo Giotto: ¿Y qué me pediste que te pintara?". Y el otro contestó: Mis armas". Dijo Giotto: ¿No están aquí? ¿Falta alguna?". Dijo el otro: Bien está". Dijo Giotto: Si eso está mal, que Dios te castigue; debes de ser un grandísimo animal. Si te preguntasen quién eres, apenas sabrías decirlo, y te vienes aquí y dices: Píntame mis armas. Si fueras uno de los Bardi, santo y bueno, pero ¿qué armas llevas? ¿De dónde vienes? ¿Quiénes fueron tus antepasados? ¡Vamos, no te da vergüenza! ¡Empieza por venir al mundo antes de hablar de armas como si fueses el Duque de Baviera! Yo te he hecho toda una armería en tu escudo: si hay algo más, dilo y te lo haré pintar". Dijo el otro: Me insultas y me has echado a perder el escudo". Y se fue, y dirigióse a la justicia, e hizo citar a Giotto. Giotto compareció e hizo comparecer al otro, demandándole dos florines por la pintura, mientras el artesano lo demandaba a él. Oídas las razones -que mucho mejor se explicó Giotto- los magistrados resolvieron que el otro se llevara su escudo así pintado y diera seis liras a Giotto, porque éste estaba en lo cierto. Por consiguiente, aceptó llevarse el escudo y pagar, y lo dejaron ir. Así es como este individuo, por desmedirse, recibió su medida.»

Dicen que cuando Giotto, muy joven aún, estaba con Cimabue, cierto día pintó en la nariz de una figura que ese Cimabue había hecho, una mosca tan natural, que cuando volvió el maestro para continuar su obra, varias veces intentó espantarla con la mano, pensando que era de verdad, hasta que advirtió su error. Podría referir muchas otras bromas hechas por Giotto y muchas de sus agudas réplicas, pero bastará haber mencionado en este lugar las anécdotas que preceden y que se relacionan con las cosas del arte, remitiéndome para lo demás a dicho Franco y otros autores.

Finalmente, para que el recuerdo de Giotto no quedase sólo en las obras que salieron de sus manos y en aquellas que salieron de manos de los escritores de aquel tiempo, habiendo sido él quien redescubrió el verdadero modo de pintar, perdido durante muchos años antes de él, por público decreto y por obra del cariño particular del Magnífico Lorenzo de Médicis, el antiguo admirador de los talentos de tanto hombre, fue puesta en Santa Maria del Fiore la efigie suya tallada en mármol por Benedetto da Majano, escultor excelente, con los infrascriptos versos hechos por el divino hombre Messer Angelo Poliziano, para que quienes alcancen la excelencia en cualquier profesión puedan esperar que conseguirán de otros un monumento semejante al que mereció y obtuvo Giotto tan ampliamente por la bondad de su obra:
Ille ego sum, per quem pictura extincta revixit,
Cui quam recta manus, tam fuit et facilis.
Naturæ deerat mostræ quod defuit arti:
Plus licuit nulli pingere, nec melius.
Miraris turrim egregiam sacro ære sonantem?
Hæc quoque de modulo crevit ad astra meo.
Denique sum Jottus, quid opus fuit illa referre?
Y para que quienes vengan después puedan ver dibujos de la propia mano de Giotto, y por ellos conocer mejor la excelencia de tanto hombre, en nuestro mencionado libro hay algunos maravillosos, que por mí fueron recogidos con no menor empeño que dificultad y gasto.






Autor: Giorgio Vasari



Alex Antoant